Este fin de semana tuve la oportunidad de volver a ver una película que disfruté bastante la primera vez que la vi; pero no se trató de suerte ni de casualidad, porque rara vez pasan esta película en la televisión, abierta o de paga: lamentablemente, gran parte (si no toda) de la audiencia a la que va dirigida la considera aburrida y tediosa, incluso falta de imaginación o demasiado tonta.Sea como fuere, El viaje de Chihiro es una muestra (una de las pocas) de que el cine infantil todavía tiene una pequeña esperanza para salir del pozo decadente en el que está metido. Y lo más curioso: la distribuye Disney.
Debería agradecerse, por supuesto, ya que si no fuera por el inmenso poder mercadológico de la empresa del ratón (si se me permite usar una expresión de un gran crítico de cine, Pablo del Moral), nadie en el continente americano conocería lo que podría considerarse una obra maestra en muchos sentidos.
Siguiendo, quizá, la misma línea que películas modernas como Coraline y la puerta secreta, El viaje de Chihiro se relaciona mucho a una de las obras más conocidas de Lewis Carroll: Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas, debido a su temática madura y metafórica, y, más importante todavía, a la clásica transición a un mundo fantástico. Sin embargo, debido a la poderosa mente creativa de Hayao Miyazaki, El viaje de Chihiro tiene una historia completamente nueva.
Chihiro es una niña caprichosa y egoísta que se ve obligada a mudarse. Durante el trayecto a su nuevo hogar, ella y sus padres terminan perdidos, adentrándose en un bosque y llegando a lo que parece ser un viejo edificio con un túnel parecido a una boca. Pese a las insistentes peticiones de la niña, toda la familia entra al edificio. Al otro lado, se extienda una amplia pradera y, más allá, se divisa un pueblo, a donde la familia se dirige, guiada por el delicioso aroma de la comida recién preparada.
Una vez encontrado el origen del olor, los padres empiezan a comer, aunque no hay nadie atendiendo. «Ya pagaremos», se dicen. Chihiro, no obstante, sabe que hay algo extraño en ese pueblo, y se decide a investigar, descubriendo un gran edificio que está más allá de un puente. Sin embargo, no están solos, y un muchacho les ordena irse, «antes de que el sol se ponga», ya que de lo contrario no podrían salir.Extrañada, Chihiro busca a sus padres, descubriendo con horror que han sido transformados en cerdos y que la realidad se transforma en fantasía, transportándola a otro mundo, uno que la atemorizará y es hostil, un mundo donde estará sola y, aunque llore y pataleé, no será salvada.
De esta manera, Chihiro tendrá que trabajar para sobrevivir, y aprender que el mundo no cederá a sus caprichos como ella espera…
Como ya había mencionado, la trama se asemeja mucho a la de Alicia…, aunque plagada de la rica mitología japonesa y de un fuerte mensaje ecologista.
Hayao Mikazaki hizo un trabajo soberbio como director, poniendo especial cuidado en todos los detalles, desde la animación de los personajes (que parece insuperable), los escenarios de fondo, la música y el sonido.Es raro saber que hay directores que todavía utilizan la animación tradicional para hacer sus películas; ésta en particular demuestra que no es necesaria la tecnología de punta para crear películas visualmente estéticas. Pero, sobre todo, que aún hay mentes creativas y frescas dispuestas a realizar productos emotivos y profundos, de una calidad envidiable. Quizá Disney debería seguir los pasos de Studio Ghibli.
No me gustaría asignar una calificación a El viaje de Chihiro, ya que me parece que es innecesario calificar lo que me parece una obra perfecta, pero si tengo que hacerlo sería un 10. O, siguiendo la línea de mi compañera Selene Alfaro, cinco estrellas.
Recomendada, usando las palabras de Miyazaki: «para todo aquel que tenga diez años… y que alguna vez tuvo diez años.»
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